COMO PUEDO CAMBIAR PARTE IV
¿Cómo Puedo Cambiar?
Las Herramientas Del Oficio (I)
Allá por los días cuando un paquete de cigarrillos todavía costaba 35 céntimos yo fumaba mucho. Algunos podrían decir que era amigo de la nicotina, un tipo regular al estilo Chesterfield. Yo era un adicto al tabaco y lo sabía.
Dejar de fumar no era el problema – lo había hecho una docena de veces. Pero cuando el deseo de fumar se hacía muy fuerte, yo comenzaba otra vez. Así que decidí dejar de comprar cigarrillos. Eso tampoco dio resultado. Sólo me convirtió en una molestia para mis amigos, ya que siempre estaba pidiéndoles cigarrillos. En mi punto más bajo, me encontré sacando del cenicero colillas medio fumadas.
Por este tiempo me di cuenta de que el Espíritu Santo me estaba redarguyendo de mis pecados y acercándome a Jesús. Aunque mi fumar era solamente una de las evidencias de mi estado interno, parecía simbólico de mi vida entera. Estaba atrapado. Cada vez que había intentado dejar de fumar había fracasado. No podía ver cómo jamás podría vencer este hábito. Ni tan siquiera estaba seguro de que quería hacerlo.
Sabía que Jesús iba principalmente tras mi corazón, no mi hábito. Con todo, no me podía imaginar seguirlo y fumar al mismo tiempo. Así que una noche pregunté a Larry, un creyente a quien acababa de conocer, si un tipo podía ser cristiano y seguir fumando. Esa era mi versión de la pregunta de los fariseos para atrapar a Jesús sobre el pago de los impuestos al César. Pensaron que podían atraparlo de cualquier manera que contestara.
Mi estrategia era algo como esto. Si Larry contestaba, “No – nadie puede ser cristiano y fumar,” yo solemnemente pronunciaría su respuesta como legalista y contraria al principio de que Dios mira el corazón. Por otro lado, si decía, “Sí, no hay problema”, entonces yo podía despedir el cristianismo como un conjunto sin significado de creencias que no tenían ningún poder. Pero la pregunta no era totalmente cínica. Parte de mí desesperadamente quería creer – y ser libre.
Bueno, Larry me dio una respuesta con la que yo no había contado. “Supongamos”, dijo, “que tú quisieras animar a alguien a confiar en el Señor. ¿Crees que tendrías más efecto como testigo con un cigarrillo en la mano o sin uno?”
Hmmmm…buena respuesta. De repente el asunto no era el fumar, sino si yo quería que mi vida glorificara a Dios o no. En realidad era un asunto de motivo.
No soy de la opinión de que a la persona con verdadera fe en Jesucristo se le negaría la entrada al cielo por tener un paquete de cigarrillos en su bolsillo. Pero eso no tiene nada que ver con el asunto, pues el propósito de Dios en la santificación es que seamos conformados a la imagen de Jesucristo. Y yo no puedo imaginarme a Jesús acercarse a la mujer samaritana (Jn 4:7-18) y decir, “¿Tienes fuego? Gracias. Ahora, hablemos de tu pecado. ¿Cuántos esposos has tenido?”
Por cierto, yo ya no soy un tipo regular al estilo Chesterfield. Dios tenía medios disponibles para ayudarme a dejar el vicio – los mismos medios que examinaremos en estos dos próximos capítulos. Pero, de primera importancia era mi motivo. Dios siempre ayudará a aquel cuyo motivo es correcto, que en realidad quiere glorificarlo y hacer su voluntad. Pero no nos dejará usarlo simplemente para mejorar la calidad de nuestra vida o cambiar nuestras circunstancias. El no busca nada menos que nuestro corazón. En la santidad, el motivo siempre precede a los medios.
Antes de ahondar más en la próxima sección, repasemos rápidamente lo que hemos aprendido hasta aquí sobre el plan de Dios para la santificación. Somos nuevas creaciones que gozamos de una viva unión con Jesucristo. Pero todavía estamos en una batalla. Experimentamos tanto guerra como paz interior; luchamos con el pecado y reposamos en Cristo.
Un claro entendimiento de esta tensión entre el “ahora y el todavía no” te guardará de ciertas serias mal interpretaciones. Por ejemplo, sólo porque te encuentras con severas tentaciones y batallas espirituales no quiere decir necesariamente que has cometido algo malo. Una persona santa no es la que nunca tiene ningún conflicto espiritual, ni que ya ha alcanzado la perfección. Más bien, una persona santa es la que se está haciendo más como Cristo a través del proceso de obedecer a Dios en medio de las luchas cotidianas de la vida.
Aprendamos del Maestro
Como la mayoría de los hombres, yo tengo gran afición por las herramientas. Todavía puedo recordar mi emoción cuando mis amigos me dieron una caja de herramientas nuevecita, completamente equipada en la fiesta de mi despedida de soltero. No me aguantaba porque terminara la fiesta para poder jugar con mis nuevas herramientas. De hecho, estaba tan ansioso que me herí el dedo tratando de abrir la caja.
Cualquier cristiano genuino admitirá que tiene seria necesidad de reparación espiritual. ¡Qué seguridad tenemos en saber que el Espíritu Santo tiene las herramientas correctas para hacer esas reparaciones – para santificarnos! Todavía más importante, él personalmente tiene la responsabilidad de enseñarnos cómo usar esas herramientas para que maduremos y cambiemos. Y Él nos puede enseñar cómo usarlas sin que nos hagamos daño a nosotros mismos.
Como la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo es quien cambia nuestra vida. El Espíritu de Dios participa en nuestra salvación de principio a fin. Ser regenerados (nacidos de nuevo) es nacer del Espíritu. Tanto el arrepentimiento como la fe – los dos lados de la conversión – son dones que da el Espíritu.<ref>Anthony A. Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Co., 1989), p. 29.</ref> Él está activo en nuestra justificación y en nuestra adopción. Él nos llena, intercede por nosotros, nos sella en Cristo para el día de la redención, y al final nos glorificará.
Pero ahora nos ocupamos con el Espíritu Santo en su papel como santificador. Somos los que han sido “elegidos…según la previsión de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre” (1P 1:2). A través del resto de este capítulo y el próximo, examinaremos algunas de las herramientas con las que Él tan eficazmente obra en nosotros.
La Palabra de Dios
La Biblia es la singular revelación de Dios al hombre. Nos dice verdades que jamás podríamos encontrar en ninguna otra fuente, como la manera en que comenzó el mundo, lo que sucede después que morimos, y así por el estilo. También nos dice algunas cosas que jamás hubiéramos querido saber: somos nacidos en pecado, estamos en necesidad de redención, y somos incapaces de agradar a Dios por nosotros mismos. ¡Alguien ha dicho que la Biblia debe ser la Palabra de Dios porque el hombre jamás escribiría algo tan desaprobante de sí mismo!
La Biblia no nos adula, ni tampoco enseña – como lo hacen virtualmente todas las religiones – que el hombre puede perfeccionarse a sí mismo. De hecho, la Escritura es pesimista hasta el extremo respecto a la innata habilidad del hombre. Es por eso que es una herramienta tan valiosa y esencial en la santificación del hombre. Jesús mismo confirmó esto cuando oró al Padre, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad” (Jn 17:17).
El libro clásico de John Bunyan, El Progreso del Peregrino empieza cuando el héroe, Cristiano, encuentra “el libro”…y ese fue el comienzo de sus problemas. Pero también fue el comienzo del final de sus problemas. El Espíritu Santo y la Biblia conspiran juntos para convencernos de nuestra gran necesidad de Dios. Pero tal como descubrió Cristiano, ellos nos convencen para poder convertirnos, y nos convierten para poder transformarnos:
Pero tú, permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia. (2 Ti 3:14-16)
Como Pablo hace claro en esta carta a Timoteo, la Escritura tiene un singular poder para producir cambio en el cristiano. Nos enseña las leyes y los caminos de Dios, luego nos reprende cuando no cumplimos con esa instrucción. Pero también nos corrige. No sólo nos dice que estamos equivocados; sino que nos vuelve a levantar y nos pone en el camino recto. Finalmente, nos instruye en justicia, enseñándonos cómo vivir.
¿Alguna vez has notado que se usan muchas vívidas metáforas para describir la Palabra de Dios?
Es nuestro alimento y bebida espiritual. “No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR” (Dt 8:3). La escritura es leche para los pequeños y comida sólida para los maduros (Heb 5:12-14).
Es un espejo. “El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es” (Stg 1:23-24). La Biblia nos muestra a nosotros mismos tal como Dios nos ve. Es una verificación de la realidad, que revela quién y qué en realidad somos.
Es una luz. “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero” (Sal 119:105). La Escritura nos muestra la manera en que debemos vivir y lo que debemos evitar.
Es semilla. “Un sembrador salió a sembrar…La semilla es la palabra de Dios” (Lc 8:5,11). Cuando se siembra en el buen terreno de un corazón receptivo, da mucho fruto.
Es una espada.“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4:12).
Lo que todas estas figuras tienen en común (y hay más) es la absoluta necesidad y utilidad de la Escritura. Nada sobre la Biblia es superfluo, y no necesita suplemento. Es suficiente para todas las cosas que tienen que ver con la salvación y la santidad, “a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Ti 3:17).
En generaciones pasadas, la inspiración e infalibilidad de la Santa Escritura ha sido atacada repetidamente. Hoy la suficiencia de la Biblia es puesta en duda por los que sugieren, abierta y sutilmente, que es incapaz de tratar con algunos de los interrogantes más profundos y necesidades más fundamentales de la humanidad. Pero la Biblia de ninguna manera depende de ninguna fuente externa de conocimiento. Es más que suficiente. Este maravilloso libro es la herramienta principal del Espíritu Santo para cambiarnos.
¿Cómo ocurre ese cambio? Cuando oímos y aplicamos la Palabra de Dios, que también se conoce como obediencia. Eso sólo sucederá consistentemente a medida que nos comprometemos con las siguientes disciplinas:
Apartar un tiempo regular para leer la Biblia…y cumplir con la cita. Lo primero por la mañana es para muchos el mejor momento. Por supuesto que eso quizás signifique acostarte más temprano para dormir lo suficiente. Si no estás leyendo tu Biblia regularmente, y no pareces poder ponerlo en tu horario, es porque algo menos importante se ha hecho muy importante. Averigua lo que es y haz cambios. Sé despiadado.
❏Varios días 15%
❏Un día 16%
❏Nunca 57%
Una distracción mayor son las noticias y la información. En esta edad de comunicación instante y global, muchos cristianos pasan más tiempo con los periódicos, revistas de noticias, y noticieros que con el Señor. Ahora hay más cosas que nunca para sobresaltarnos, airarnos, asustarnos, y robarnos tiempo precioso. Pero no hay manera posible para poder controlar o responder a todo lo que está sucediendo. Por supuesto que no estoy sugiriendo ignorancia o inacción, pero si el periódico o las noticias de la noche invaden tu estudio de la Biblia, entonces es tiempo que hagas ajustes mayores.
Comprométete a un plan de estudio específico.Leer a través de la NIV Study Bible me ha dado buen resultado a mí. De esta manera me veo obligado a leer esas porciones de la Escritura que podría considerar menos importantes o menos interesantes. Se toma una lectura completa de la Biblia para desarrollar una imagen completa de Dios. Como dijo una vez el difunto A.W. Tozer, “Podemos tener una opinión correcta de la verdad solamente al atrevernos a creer todo lo que Dios ha dicho de sí mismo”.<ref>A.W. Tozer, Gems From Tozer (Harrisburg, PA: Send the Light Trust/ Christian Publications, Inc., 1969), p. 4.</ref>
Hay un buen número de buenos recursos que pueden mejorar tu tiempo diario con la Palabra. Hemos puesto unos cuantos en la sección “Lectura recomendada” al final de este capítulo. Variar tu método de vez en cuando hará más placentera y beneficiosa esta disciplina.
Busca a alguien que te ayude. Tu estudio de la Biblia acelerará grandemente al relacionarte con un mentor cristiano. Aprenderás mucho simplemente al preguntar, “¿Cómo es que tú estudias la Escritura?” También te beneficiará (aunque no sin cierta vergüenza) cuando él o ella te pregunte, “Así que…¿de verdad lo estás haciendo?” Ser responsable ante otra persona es de gran beneficio. Sólo mira que la persona que te pide cuentas no tenga similares defectos – ni el don de misericordia.
Guarda la Palabra de Dios en tu corazón memorizándote la Escritura. Pablo indica la transformación interna que ocurre a medida que comenzamos a dejar que la Biblia dé forma a nuestros pensamientos y actitudes: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Ro 12:2). La memorización quizás no te sea fácil, pero a medida que tejes la Palabra en la tela de tu vida, estarás bien preparado cuando venga la tentación o la adversidad.
Una Conciencia Limpia
Esto afirmo. No puedo hacer lo contrario…mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no retraeré en nada, pues ir contra mi conciencia no es ni correcto ni seguro. Que Dios me ayude. Amén7<ref>Quoted in Roland Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Nashville, TN: Abingdon Press, 1950), p. 185.</ref>
La famosa defensa de Lutero ante la Dieta de Worms [en inglés ‘lombrices’] (ese era el nombre del concilio oficial que lo enjuició, ¡en serio!) indica el importante lugar que ocupa la conciencia en la vida del cristiano. También tiene un lugar importante en nuestra santificación.
Todos nosotros sin duda nos hemos encontrado con esta misteriosa facultad llamada conciencia. Cuando, en el sexto grado, yo tiré un aro de goma a un grupo de estudiantes por la puerta del aula, no esperaba golpear a nadie en el ojo. Pero así fue. Y cuando mi compañera de clase gritó de dolor, ni ella ni ninguno de los demás sabía lo que había sucedido. Pero mi conciencia sí lo sabía e insistió en que yo tomara responsabilidad por lo que había hecho. Yo luché contra ello, tratando de salir con cualquier posible excusa, pero fue en vano. Mi conciencia se negó a soltarme del anzuelo. La única manera de silenciarla fue admitir mi culpa y aceptar las consecuencias.
Este incidente ilustra el rasgo más extraordinario de la conciencia – los juicios que declara son completamente objetivos e imparciales.<ref>Ole Christian Hallesby, Conscience (Minneapolis, MN: AugsburgPublishing House, 1933), p. 14.</ref> En otras palabras, uno nunca puede ganar un argumento con su conciencia. Siempre está trabajando, hasta en los sueños. Puede funcionar como testigo, al decir lo que ve u oye. Puede funcionar como abogado, acusándonos por delitos o, en raras ocasiones, defendiéndonos. También puede funcionar como juez, entregando veredictos categóricos que no pueden ser apelados.
-Mentiste-, proclama la conciencia.
-¡No mentí! Sólo decía la verdad a modo de no causar ningún conflicto innecesario.-
-Mentiste.-
La conciencia no discute el asunto. Sólo lo declara. Esta es la razón por la que la conciencia lleva a algunos a la distracción y por la que harán todo lo posible por apagarla, o amortiguarla con el alcohol o las drogas.
La palabra en sí quiere decir “saber junto con”. El teólogo Ole Hallesby explica el significado de esta definición:
Es, entonces, no simplemente un saber, un conocimiento junto con algo o alguien. Tampoco necesitamos tener duda respecto a junto con qué es lo que el hombre en su conciencia sabe. Entre todas las razas…es una característica del hombre que él en su conciencia sabe junto con una voluntad que está sobre y por encima de la suya propia…Esta voluntad, que es la voluntad de Dios, es lo que los hombres llaman la ley o la ley moral, o sea, la ley según la cual la vida del hombre debe vivirse.<ref>Ole Christian Hallesby, Conscience, p. 12.</ref>
Aunque imparcial, la conciencia no es infalible. Puede estar mal informada. Puede ser demasiado sensible. O, si ha sido represada rutinariamente, quizás yo sea absolutamente sensible. La persona que ignora su conciencia se dirige al desastre. Pronto perderá la habilidad de distinguir entre la iniquidad y la justicia, entre el bien y el mal. Esto explica mucho sobre nuestra sociedad…y sobre mi primer encuentro con las drogas
Cuando yo tenía dieciocho años un amigo me dio un porro (un cigarrillo de mariguana). Era 1968 y las drogas acababan de comenzar a filtrarse en los suburbios de Washington, D.C. donde yo vivía. Yo sabía que era ilegal. Yo sabía que era malo. Mi conciencia me gritaba…pero yo lo hice de todos modos. Un par de días después me fumé otro porro, y otra vez sonó la sirena de mi conciencia. Sólo que esta vez no era tan fuerte. Después de media docena de veces, casi ni la podía oír. Como resultado, poco a poco perdí mi compás moral. En esas raras ocasiones cuando apenas podía distinguir la voz de mi conciencia, la consideraba como una molestia y una aguafiestas.
Si el hombre cauteriza su conciencia pronto la verá como una maldición. Pero Dios no dio la conciencia para bendecirnos. No siempre trae noticias placenteras. Puede excusar como también acusar, felicitar como también condenar. Y como dijo Pablo al joven Timoteo, la conciencia es una salvaguarda esencial de la vida cristiana:
Timoteo, hijo mío, te doy este encargo porque tengo en cuenta las profecías que antes se hicieron acerca de ti. Deseo que, apoyado en ellas, pelees la buena batalla y mantengas la fe y una buena conciencia. Por no hacerle caso a su conciencia, algunos han naufragado en la fe. (1Ti 1:18-19)
Puede que la conciencia sea una arma sencilla, pero es altamente eficaz en la batalla contra el pecado. “No hacerle caso a la conciencia” es lo mismo que cometer suicidio espiritual.
La conciencia funciona como una luz de advertencia en el tablero de mandos de nuestra vida, y necesitamos poner atención cuando se enciende intermitentemente. El proceso es el mismo que cualquier mecánico de automóviles seguiría: determinar de dónde proviene la dificultad y luego corregirla. Por lo regular la solución tiene que ver con confesar el pecado y pedir perdón.
Después de cometer adulterio con Betsabé y de asesinar a Urías, el rey David siguió como si nada hubiera ocurrido durante meses ignorando la luz roja de su conciencia. Él nos escribe sobre su experiencia en el Salmo 32:
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR’, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ello no los alcanzarán. (Sal 32:1-6)
Mientras David guardó silencio su conciencia no calló. El pecado sin confesar lo llevó a la angustia espiritual y física. Pero el perdón y la liberación le llegaron tan pronto como reconoció su comportamiento y se arrepintió. El testimonio de David muestra que una conciencia limpia podría curar muchos de los problemas que tenemos, incluso muchos que son llamados “enfermedades mentales” o “depresión”.
Cuando el cristiano tiene una conciencia saludable, le advertirá antes de iniciar un acto malo. Durante el acto la conciencia podría guardar silencio. Pero después de verdad se dejará oír. Las palabras, los pensamientos, las actitudes, y los motivos también pasan bajo su implacable escrutinio. Recuerda – esto es una bendición.
Una conciencia activa fomenta el examen de sí mismo que marca al cristiano en crecimiento. Es una tremenda aliada de la verdad.Como se mencionó arriba, el peligro principal es que faltamos en obedecer a la conciencia y ésta se cauteriza. El cristiano sin una conciencia limpia puede ser chantajeado por el enemigo. Al haber perdido un equipo de navegación tan crucial, ya no puede discernir el curso correcto, y corre el riesgo de naufragar. Esto no es algo insignificante.
Pero una conciencia hipersensible puede ser un problema tan grande como la que se ha cauterizado. Esto no es raro entre los cristianos serios, especialmente cuando son recién convertidos. Los que tienen lo que a veces se llama una conciencia demasiado escrupulosa o débil, viven en un continuo estado de injustificada culpa. “Aquí lo más insignificante puede producir una conciencia malvada, de hecho, una ansiedad muy insoportable. Puede ser, o un acto insignificante, o un pequeño pensamiento o una palabra descuidada”.<ref>Ole Christian Hallesby, Conscience, p. 142</ref> Un pedazo de basura en el suelo que no se recoge se convierte en un pecado mayor porque “comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace” (Stg 4:17). O un comentario de improviso que no es absolutamente correcto se convierte en una mentira premeditada.
Como ilustran estos ejemplos, los que tienen una conciencia demasiado escrupulosa yerran al exaltar la letra del versículo bíblico por encima del espíritu del versículo. Recuerda, Dios está más interesado en el motivo del corazón que en los detalles externos.
También es posible que falten en distinguir entre la tentación y el pecado. Es cierto que con frecuencia la una lleva al otro, pero no son lo mismo. La tentación es inevitable, pero no es necesario que dé a luz el pecado. Como dijo Lutero, “No puedes evitar que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero puedes evitar que hagan un nido en tu pelo”.
Mi consejo a los que tienen una conciencia hipersensible es que busquen el consejo de un cristiano maduro – un pastor o el líder de un grupo pequeño que pueda ayudarles a separar lo esencial de lo no esencial. También la activa participación en el ministerio de grupos pequeños de tu iglesia es indispensable para mantener una conciencia saludable.