CONTINUANDO CON EL APARTADO ANTERIOR, ESTILO DE VIDA EVANGÉLICO.
LA CULTURA JUVENIL
La segunda lección sobre la que debemos reflexionar en cuanto a los ocho primeros versículos de Tito 2 tiene que ver con la presente orientación de la cultura occidental. Desde los años 50 se ha venido produciendo una revolución. La juventud domina. Nuestra sociedad idolatra el ser joven. Esto es algo inevitable en un mundo como el nuestro que sólo piensa en términos de esta vida. El ser joven es estar sano y activo, no tener responsabilidades. Es el momento de nuestras vidas cuando más atractivos estamos y todas las elecciones y posibilidades aún se encuentran ante nosotros. Ser joven es ser valioso; ser viejo es ser inútil. Tanto es así, que en nuestros días los ancianos y los mayores simplemente se toleran y cada vez más se van dejando de lado. La Iglesia de hoy ha seguido la misma dinámica, idolatrando la juventud.
Lo que encontramos en las instrucciones que Pablo da a Tito es algo bastante distinto. Las personas mayores son muy valiosas. Pueden ser el tesoro espiritual de la Iglesia. Por supuesto, la Iglesia debe cuidar y animar a sus jóvenes, pero la mejor forma de hacerlo, dice Pablo, es animarlos a ponerse bajo el cuidado de los que han estado por aquí algún tiempo más que ellos.
Enseña a las ancianas para que entonces “enseñen a las mujeres jóvenes” (2:3–4). De manera parecida con los hombres. El razonamiento que hay detrás de esto proviene de la perspectiva del Evangelio. Esta vida no lo es todo. En Cristo, estamos destinados al Cielo. Al seguir a Cristo, estamos adoptando el estilo de vida no de un período pasajero, sino de la eternidad. Por tanto, tiene sentido que los que han seguido a Cristo durante más tiempo enseñen a los relativamente nuevos en el camino de la vida. Tiene sentido porque, ya seamos jóvenes o mayores, todos tenemos la misma meta en mente. Esa meta no es una felicidad transitoria que depende de cualquier moda del mundo que haya cautivado nuestros corazones y que, por tanto, podría ser muy distinta para un anciano que para un joven. Nuestra meta es una felicidad celestial y una vida que es eterna. De modo que los cristianos mayores, espiritualmente maduros, tienen mucho que enseñarnos a todos nosotros. Esto implica que los jóvenes estén dispuestos a aprender y que los mayores tengan un interés amante por los jóvenes, una comprensión de su mundo para poder ayudarles verdaderamente.
LAS MUJERES NO ACOMODATICIAS
En estos versículos que hemos estado viendo, Pablo se concentra en el papel de la esposa en el hogar y en la familia. Lo que Pablo dice a las mujeres que se casan es: “No os acomodéis, haced de vuestro hogar y familia vuestra prioridad; entregaos por completo; dad todo lo que tenéis”.
Para una sociedad como la nuestra, que adora el concepto de libertad de elección personal, semejante dedicación resulta problemática. Si sostener nuestra elección personal es muestra mayor prioridad, será inevitable que tengamos una actitud que busque tener el mayor número de opciones a nuestra disposición. Volvemos a la imagen del mercado y a nosotros como consumidores que vagan entre los puestos sopesando las posibilidades. Si somos de aquellos que adoran la libertad de elección personal, ¿qué sucede entonces cuando tal actitud conforma nuestro estado mental? Siempre debemos intentar tener el mayor número de opciones posible. Esto conduce a una generación de personas que eluden el compromiso, puesto que estar comprometido significa haber escogido una opción en detrimento de las demás. Lo que Pablo está diciendo es: “No seáis así. Si habéis elegido el matrimonio, entonces esforzaos por él. Entregaos a él por completo”.
Seamos prácticos. Pablo no dice que las mujeres casadas no deban trabajar fuera de casa. Eso puede estar totalmente bien. Pero si el trabajo fuera se convierte en una amenaza, o socava el papel de madre o el cimiento del hogar, es preferible renunciar a los ingresos suplementarios. Si lo tuyo es la familia y el matrimonio, ¡adelante! Pon toda tu energía en él como mujer cristiana.
Reflexiona sobre estas citas: “Es difícil estar casado con una mujer que está casada con su éxito y no conmigo”. Es lo que dijo el actor Elliot Gould en el Radio Times, al hablar de sus ocho años de matrimonio con la actriz y cantante Barbara Streisand.
La actriz Katherine Hepburn dijo en una entrevista: “No estoy segura de que las mujeres puedan compatibilizar exitosamente la maternidad con una carrera. El problema de las mujeres de hoy en día es que lo quieren todo. Pero nadie lo puede tener todo. Yo no he tenido hijos que me hayan perjudicado. Ni he perjudicado a ningún hijo trayéndolo al mundo y prosiguiendo con mi carrera”.
Otra actriz, Joanne Woodward, dijo: “Mi carrera ha sufrido a causa de los hijos, y mis hijos han sufrido a causa de mi carrera. Me he encontrado dividida y no he podido funcionar completamente en ninguno de los dos campos. No conozco a ninguna persona que desempeñe ambas funciones con éxito, y conozco a muchas mujeres trabajadoras”.
Golda Meir, la antigua primera ministra de Israel, confesó que le carcomían las dudas sobre el precio que habían tenido que pagar sus hijos por su carrera. Dijo: “Te puedes acostumbrar a todo si tienes que hacerlo, aun a sentirte culpable perpetuamente”.
El mensaje de Pablo para las mujeres que han elegido el elevado llamamiento de ser esposas, madres y cimientos del hogar, no consiste en jugar a dos bandas, sino de entregarse por completo a su familia.
LA ABNEGACIÓN
La última lección, por otra parte, se aplica a todos nosotros. Obviamente, ser esposa y madre no es sencillo. Requiere abnegación. Lo mismo sucede con los maridos, si se toman en serio la responsabilidad de llevar una familia a la manera de Cristo. Cualquier forma de vida cristiana requiere abnegación, ya estemos casados o seamos solteros, cuando buscamos amar y servir a los demás en las distintas relaciones de la vida. Para una sociedad sensual, centrada en si misma, la idea de abnegación es anatema. Pero en realidad sí conduce a la bendición. Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12:24, 25). Semejante forma de vivir sólo tiene sentido a causa del Evangelio. Es la enseñanza de acuerdo con la sana doctrina. Aquellos que se niegan a sí mismos y están dispuestos a “perder sus vidas” al servicio de Cristo y de los demás (ya sea literalmente en el martirio o de forma metafórica en un ministerio sacrificado) recogen una cosecha de carácter, vida e influencia en los demás para Cristo. ¡Cuántos grandes pioneros cristianos del pasado han debido su conversión a unas piadosas madres cristianas! Pensamos en Timoteo (2 Timoteo 1:5; 3:15), en Agustín de Hipona y en los Wesleys. Aquellos que se entregan a sí mismos recogen una maravillosa cosecha.
Pero aquellos que intentan salvar sus vidas sólo hallan la decepción, la soledad; como aquella mujer cuya lápida llevaba inscrito un epitafio que decía:
Aquí yacen los huesos de Nancy Jones.
En su vida no hubo temores:
Vivió como una solterona,
Murió como una solterona,
sin riesgos, sin errores.
Ser una solterona no es cuestión de edad, sexo o estado civil. Muchas mujeres mayores solteras son verdaderas heroínas en Cristo, llenas de buenas obras y entrega. No. Ser solterona no es cuestión de edad o sexo. Más bien se trata de una forma de ver la vida. ¡Algunas de las peores solteronas que he conocido eran jóvenes! Se trata de protegerse siempre a uno mismo, sin atreverse nunca a tomar algún riesgo por los demás. Se trata de “reservarse para uno mismo”, más que preocuparse por los intereses de los demás. La gran lección de la verdadera fe cristiana es que, al renunciar a nuestras vidas al servicio de Dios y de los necesitados, es cuando nos encontramos transformados y liberados.
Podrías creer que al buscar la culminación del proceso de la muerte, morirías, pero en Jesús no ocurre eso. Como sucede con Jesús, vemos que es lo contrario. Aquel que deseó la muerte en la Cruz ha resucitado y vive eternamente. Eso es lo que pasa con la vida eterna. Se vive al renunciar a la vida.
Tristemente, lo inverso también es cierto. Aquellas personas solteras que son solteras a causa de su intento de realizar sus ambiciones personales, de proteger su espacio personal en la vida, a menudo acaban como personas solitarias. Los hombres que conozco que insisten en sus derechos y nunca “ceden” ante sus esposas porque están intentando proteger sus yoes masculinos son los que invariablemente tienen una inseguridad interior sobre su masculinidad y valor propio. Esas mujeres que “permanecen aisladas” rara vez encuentran felicidad en ello. Las mujeres que se cuidan en exceso e invierten muchas horas en su apariencia, o su salud o su dieta, invariablemente son inseguras y ansiosas en su interior.
Cristo nos ha dado la clave para ser libres en la vida, por medio de una fe en Él que le sigue.
Al perdernos, nos encontramos a nosotros mismos. Al negarnos, encontramos la satisfacción verdadera. Al morir a diario, encontramos la vida. Todo lo demás es un suicidio.[1]
[1] John Benton, Cómo enderezar una iglesia centrada en sí misma, trans. David Cánovas Williams, Primera edición. (Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2000), 94–98.