¿Es el culto que le rindes a Dios de su agrado?
Siempre que vas a dar un regalo lo primero que te preguntas es ¿Qué le gustará?; y si sabes que le gustan los perfumes entonces tu pregunta es ¿Le gustará esta fragancia?
Siempre piensas en agradar y dar a la persona lo que a ella le guste, nunca le regalas algo de tu gusto, entonces ¿por qué no te has hecho esa pregunta con respecto a la ofrenda de sacrificio o culto que le vas a ofrecer al Señor?
Pensando en ello, encontré un artículo muy interesante respecto al culto que hoy se ofrece en la mayoría de las congregaciones, por no decir en todas, al Señor. Aquí lo tienes:
Algunas iglesias se especializan en fomentar la emoción. Los líderes saben cómo hacer reír o llorar al auditorio, y los congregantes se acostumbran a evaluar la adoración por el grado emotivo que alcanzaron a sentir. Estos cultos son llamativos y atractivos, incluso seductores, con su propia ración de «adicción». Mas con el paso del tiempo, dejan menos y exigen más.
Las oraciones se ofrecen con un alto estilo emotivo, bañadas de un trasfondo musical; los testimonios son cada vez más dramáticos, los cantos más sentimentales, la predicación más histriónica y teatral, con tal de acrecentar e intensificar la experiencia emocional del «adorador».
Esta clase de culto carece de profundidad, es artificial, y de muy poca reflexión. No se busca adorar con la mente, con el intelecto. Y produce cristianos inmaduros y de poca raíz. De ellos se puede decir, «tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia» (Rom 10:2). A este culto le llamo el de «la veleta»; según soplan los nuevos vientos, ahí gira la atención. Estaría mejor… si tan sólo tuviera un cerebro.
E n cambio, otras iglesias enfatizan la verdad cognoscitiva. Recitan los grandes credos, incluyen cantidades generosas de información exegética, preparan con todo cuidado y de antemano las transiciones, escriben y luego leen sus oraciones, ensayan los cantos. Pero con todo, el corazón y el espíritu no son cautivados ni por la grandeza de Dios ni por su gracia. No son ni anonadados ni apasionados. No hay la respuesta cual hubo en la Biblia, de los que caen rostro en tierra al encontrarse con su Dios. Los que asisten a estos cultos pueden identificar a leguas un error teológico, pero al mismo tiempo están aburridos (a veces sin saberlo). Su adoración es seca; no alcanza tocar las angustias y los deseos más profundos de su ser. A este culto le llamo el de «la calculadora». Cumple mecánicamente sus funciones, pero pocas veces genera asombro, pavor, llanto, sanidad en la vida, ni qué decir de los estallidos de júbilo (¡jamás!). Estaría mejor… si tan sólo tuviera un corazón.
¿C ómo juntar las dos cosas? ¿Cómo hacer que la adoración una el intelecto razonador con el corazón rebosante? ¿Cómo cambiar la mentalidad de pasivos espectadores (como en un cine, que luego se comenta y se critica), y convertirlos en participantes de algo vivo y real?
Imagínense a los israelitas, recién liberados de la esclavitud de Egipto, frente a una montaña que se sacude violentamente por la presencia de Dios (Exodo 19), diciendo ellos cosas así:
«Vámonos de aquí, estos cantos no son los que nos gustan. Ese estribillo del tamborín, ¿por qué será que lo dejaron de cantar» «No me gusta cuando Moisés dirige el culto; Aarón la hace mucho mejor.» «¡Huy, mira cuánta formalidad; tanto humo, misterio! Prefiero los cultos más relajados.» «Bueeeno, estuvo bien todo, menos la danza de Miriam; exageró, debió ser más reverente y tampoco me gustó el ruido de los panderos.» No, ellos fueron llenos del temor de Dios, de asombro, de espanto, de esperanza, de gozo, porque allá en medio del desierto, en medio de este grupo de ex-esclavos, allá está Dios, dándoles su Palabra (mente) y haciéndoles sentir su Presencia (corazón).
C ierto es que la inteligencia contribuye a la adoración, sí, pero no es lo único, pues la Biblia nos indica que lo que Dios busca no es tanto algo elevado, sino algo quebrantado: «los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmo 51:17). Entonces tiene que haber una relación estrecha entre la mente y el corazón. Más adelante ahondaremos sobre el asunto.
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