LA ORACIÓN 16 de Diciembre de 2012
«Y estaba allí también Ana, profetiza que no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones» Lucas 2:36-37
No hay duda alguna que orando aprendemos a orar y cuanto más oramos con mayor frecuencia aprendemos a orar y oramos mejor. El ora solamente de tarde en tarde nunca podrá alcanzar aquél estado valioso de la oración fervorosa.
En la oración tenemos a nuestro alcance un gran poder, pero debemos trabajar en ella para alcanzarlo. No se imagine jamás que Abraham pudo interceder por Sodoma con tanto éxito, sin haber estado todo el tiempo de su vida en constante comunión con Dios.
Toda la noche que Jacob pasó no fue la primera ni última ocasión en que él encontró a su Dios. Aún podemos dar un vistazo a la selecta y maravillosa oración de nuestro Señor con sus discípulos antes de su Pasión, como la flor y fruto de sus muchas noches de devoción y de la mucha frecuencia conque se levantó antes del amanecer para orar.
Si una persona sueña que va a ser tan poderosa como desea en la oración sin esfuerzo, piensa muy equivocadamente. La oración de Elías que cerro el cielo y después abrió las puertas de sus aguas, fue solo una de las largas series de oraciones con que él suplicó al Señor. No olvidemos que la perseverancia en la oración es necesaria para prevalecer orando.
Aquellos grandes intercesores a quienes no se les nombra con la frecuencia que se debe en relación con los mártires, no obstante fueron los mayores bien hechores de la iglesia; pero el llegar a ser tal clases de canales de la misericordia para los hombres, lo consiguieron permaneciendo en el lugar de la oración. Para orar, tenemos que orar y continuar orando para que continúen nuestras oraciones. C. H Spurgeon.
Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, más la carne es débil. Mateo 26:41
Tomado y adaptado de Manantiales en el desierto.
De L. B. Cowman